Un paseo nocturno por Whitechapel

Me detengo en este cruce de caminos mientras suenan las doce campanadas. No tengo rumbo, así que elijo una dirección al azar. Retomo la marcha, y observo cómo la neblina se enrosca en mis tobillos. No alcanzo a ver el suelo, y una sensación de desazón me invade a cada nuevo paso. Sin embargo, no dejo de caminar; el cántico de sirenas es demasiado fuerte, imposible de obviar. Todo lo demás es silencio. Un niño insomne me observa desde la única ventana iluminada. Él no tiene miedo, pero noto cómo es capaz de sentir el mío.

La llamada me invita a seguir hacia ningún sitio en concreto, hasta que alcanzo la siguiente intersección. Interrumpo mi paso bruscamente; el miedo desaparece: algo se mueve a mi derecha, en el interior de un callejón sin luz, sin salida. El cántico se hace ahora más fuerte, no puedo oír nada más. El resto de mis sentidos me imploran a gritos que no continúe, pero están ya demasiado lejos. Nada puede detenerme, pero no estoy seguro...

¿Soy yo el cazador o tal vez la presa?