Y se hizo la luz

En aquel tiempo, tener Canal + era lo normal. La oferta de canales en abierto dejaba mucho que desear, y que quieres que te diga, menos de 100 pelas cada día... Nosotros, que no éramos más que unos púber, aprovechábamos los viernes por la noche para el estudio documental de la, por entonces, (y en algunos casos hasta ahora) desconocida anatomía femenina. Recuerdo cómo hacíamos tiempo hasta que los padres se acostaban para vivir nuestro momento más esperado de la semana. Aquellas sesiones no solían ser comentadas durante la previa de los partidos, pero existía una especie de complicidad. Ese entendimiento tácito se rompió el día en el que anunciaron la proyección de Masseuse 2.
Masseuse 2 iba a ser la mejor peli porno de todos los tiempos, y la campaña de publicidad del plus no tuvo precedentes. Todos esperábamos impacientes el día del estreno, y el tema s
e convirtió en central durante aquellas largas tardes de fútbol y cigarros. Hasta el Matthaus, que no tenía Canal +, estaba comiéndose las uñas. Él siempre se veía las películas codificadas, pero decía que le daba igual. Entre lo que se adivinaba entre las líneas, esos ruidillos metálicos, su imaginación y su bolsa de ganchitos, quedaba más que satisfecho.

Y llegó el día del estreno. Todos esperamos el momento nocturno y nos colamos en el salón de nuestras casas a eso de las 2 de la madrugada. Encendimos la tele al mismo tiempo, apareció esa hembra al mismo tiempo y ese cabrón con suerte la empezó a magrear al mismo tiempo. Al mismo tiempo, ella sacó un consolador gigante, y al mismo tiempo aquel tipo se dio la vuelta. Las palabras que salieron de su boca retumbaron en nuestros oídos (y en nuestras inexpertas mentes) al mismo tiempo: "dame, métemelo entero". Aquel día, miles de televisores se apagaron al mismo tiempo (supongo que lo notarían en la central eléctrica). Aunque... ¿todas? ¡NO! En su oscura cueva, oculto entre las sombras, nuestro héroe agitaba su bolsa de ganchitos y algo más ante la única tele encendida en kilómetros a la redonda.
Al día siguiente, todo era silencio. Nos mirábamos fugazmente. No había sonrisas. Hasta que llegó el Mattheus, gritando como un poseso: "¡¡Tíos!! ¡¡Qué peliculón!! ¿La ha grabado alguien?" Entonces lo comprendí. Aquella noche supuso oscuridad para la mayoría de nosotros, pero para aquel pobre chaval se había hecho la luz. Me alegré por él, y mentí: "Pues no, no la grabé".